lunes, 18 de agosto de 2014

Cuadernos de cuadros.

Mente cuadriculada. Acciones correctas, rápidas, directas. Una noche como otra cualquiera. Sola. En casa. Tranquila. Relajada. Imposibilidad de unir una frase con otra.
El tiempo pasa. Enciendo el reproductor de música. Aleatorio. Black Sabbath. Sonrío. Cuarto cajón del mueble. La inspiración en pastillas. Entro en trance.
Entro en trance y un mundo frenético de luces y colores me dispara a quemarropa en el pecho. Pero no sale. Se queda dentro de mí, recorriendome desde los pies hasta la cabeza y uniendo las frases inconexas. No dejo de sonreír, porque una vez más he ganado la guerra sin oponente. Me he reinventado y, quizá, quede menos para romper el espejo desde el que miro la vida.
Pero ahora viene el solo, la guitarra que me atrapa y me utiliza a su antojo. Y no quiere que escriba. Pero tú y yo sabemos cómo sigue todo ésto. Y su final inexistente, inequívoco, infinito.

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